jueves, 20 de noviembre de 2008

El gran Circo

(Había escrito esto a raíz de la visita de un famoso Circo de Moscú que vino a Santiago hace casi un año).


“!Damas y caballeros! !Niñas y niños!, ¡bienvenidos al gran circo de Moscú!” se escuchó en los altavoces.

Pocas veces había estado en un circo y el ambiente parecía de algún lugar fuera de este país. Estaba cubierto por una gigantesca carpa de color azul con rayas blancas y rojas que le adornaban. En lo alto, cuatro banderolas, de las cuales dos podían ser las banderas de Rusia (ya que el llamado circo de Moscú, anunciaba un espectáculo que prometía ser fabuloso, con artistas traídos directamente desde San Petersburgo hasta la parte más lejana de la friísima Siberia).

Las jaulas de los animales se veían a lo lejos, tigres siberianos y osos. Sin embargo, no se escuchaban los rugidos. Las fieras, salvajes, más bien, parecían animales domésticos.

Fui con mis hijos y una amiga con su pequeña. Cuando hicimos la fila para comprar las boletas, me doy cuenta que los empleados eran mestizos y hablaban el español muy bien. Un señor, muy serio, de traje de levita blanco nos recibió a la entrada y pasamos al área alrededor de la carpa, donde se encontraban los vendedores de golosinas, souvenires y refrescos. Todos eran de origen latinoamericano y no se veía a ningún rubio proveniente de Rusia.

Llegamos con toda la ilusión del mundo a ver intrépidos acróbatas capaces de las más arriesgadas proezas, ilusionistas con trucos que harían sentir como un novato al mismo David Copperfield, veríamos trapecistas que realizarían quíntuples saltos mortales, domadores de las fieras salvajes, simpáticos números con animales entrenados, actos de payasos comiquísimos. En su lugar, saldrían unos artistas que lucían peinados y trajes sacados de una película de los años setenta, harían unas proezas que se deslucían frente a la magia de los efectos especiales cinematográficos a los que ya estamos acostumbrados. Inclusive, uno de los trapecistas, intentó, infructuosamente realizar su triple voltereta mortal en el aire y se cayó una y otra vez a la malla de seguridad.

Mientras adelantaban las funciones, en un momento, mi imaginación me hizo sentir paranóica, todas las caras lucían conocidas. El payaso se parecía al señor que cobraba la taquilla a la entrada. Olga, la contorsionista, se parecía a la señora que luego nos tomó las fotos. De repente, los empleados que recogían las cuerdas, por casualidad, eran los hermanos que más temprano, habían realizado las acrobacias de cuerdas en el primer número. El domador de fieras tenía la misma cara del conserje y los tigres lucían anémicos. El señor que nos recibió en la entrada era el mismo presentador de los actos. Le comenté a mi amiga que pensaba que el circo atravesaba tantos problemas económicos que los mismos artistas tenían que hacer todas las otras labores complementarias y me reí de mi ocurrencia absurda.

Al salir, llegué a la conclusión de que a este país le falta mucho para que nos alcance un “Cirque du Soleil”, que mientras tanto sólo nos visitan los circos tercermundistas que son tan castigados por las crisis como el que más. Pensé que seguirá pasando un tiempo hasta que la política y la pelota deje de entretenernos y podamos apreciar la belleza de un arte que ha ido cayendo en el olvido.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El viacrucis

Yo me había hecho el propósito de no escribir sobre hechos del pasado, sin embargo, hay eventos que para que queden en la memoria, de alguna forma hay que plasmarlos por escrito. Talvez, en unos años, cuando el internet haya evolucionado y la realidad virtual sea otra, mis nietos puedan leer este testimonio y conocer algo de su traviesa abuela Raquel.

Pues ahí, va…

No voy a decir cuándo fue eso para que no me calculen la edad. Contaba yo con siete años cuando nos mudamos desde la calle Restauración Número 60 (en pleno centro de la ciudad de Santiago), hacia la calle 7, número 5, de Los Jardines Metropolitanos. Estos eran los suburbios que, en aquel entonces, estaban rodeados de puro monte.

Puedo decir que teníamos, aproximadamente una semana de mudados cuando en una tarde, mientras jugaba con dos de mis nuevos recién adquiridos amigos, pasaba frente a mi casa un viacrucis que salía de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús (el Politécnico Femenino). La iglesia quedaba cerca, por lo que el viacrucis estaba iniciando el recorrido y, al parecer, ni había llegado a la primera estación. A diferencia del antiguo vecindario, aquí nos sentíamos en libertad, porque podíamos jugar en la calle sin ningún problema ya que no transitaban muchos vehículos.

En ese momento le dije a mis víctimas (por razones de proteger sus identidades no menciono sus nombres), - “amiguito, amiguita… vámonos con esa gente...”, refiriéndome al viacrucis. Talvez sentí que no hacía nada malo porque escuchaba los cánticos de aquellas personas que caminaban pausadamente con sus velones en las manos e iban encabezados por una camioneta blanca donde iba el padre Ramón Dubert con bocina en mano indicando las estaciones. “no estés eternamente enojaado, no estés eternamente enoojaaado, perdóname…seeeñooor!” Me imagino que iban cantando dos o tres señoras mayores que iban delante, llevando la cruz. Mis amigos y yo no lo pensamos mucho para irnos detrás de ellos.

Pasado un rato, mi madre comenzó a preguntar por mí. Todos me buscaban y yo no aparecía por ningún lado. “-¿Dónde está Raquel?”, le preguntó a mis hermanos, Mónica y Simón Eduardo, quienes, despistados, no podían dar cuenta de mi paradero y sólo se encogían de hombros. La búsqueda continuaba y se iría volviendo frenética mientras transcurrían los minutos y las horas. Supongo que mi madre, en algún momento, pensó que me habían raptado y que mi cadáver sería encontrado en la cañada que pasaba, justo por la calle de atrás de la cuadra donde vivía. “- ¡¿Para qué nos mudamos aquí, Simón?!”,- “!Hay que dar parte a la policía!”, diría mi madre mientras se acrecentaba la histeria colectiva. En tanto, lejos de allí, tres niños encabezaban, con sendas velas, el viacrucis de ese viernes de cuaresma.

Cuando ya mi padre iba a salir a reportar mi desaparición a la policía, no recuerdo si fue a él a quien se le ocurrió preguntar quién me vió de último y qué yo estaba haciendo. Creo que Victoria, la señora que trabajaba en casa dijo “- ella estaba jugando afuera con unos niños y en eso pasó un viacrucis”. En ese instante, mi padre, salió disparado en su pequeño Volkswagen blanco al que seguro le pisó el acelerador a fondo para seguir los pasos del viacrucis. Bien lejos y en una avenida de mucho tránsito, se encontró con la procesión, estacionaría el vehículo en una calle lateral y esperó el desfile. Se acercó a reprenderme y a sacarme del grupo de gente por un brazo cuando me voltée hacia él y le dije con cara solemne: “!Shhhh!! ¡Estoy rezando!”.

No sé qué pudo haber pasado por la mente de mi padre en ese momento, no recuerdo qué pasó a mis amiguitos. Sólo sé que llegamos a mi casa, no hubo castigo, no hubo azote. Tendrían que tomarse, cada uno, su “nervocalm”, hasta que pudieran superar el estress que habían vivido. Hoy entiendo que tuvieron que aguantarse las ganas de pegarme, con tal de no frustrar una posible vocación religiosa y de que yo no pudiera utilizar como pretexto, algún día, el trauma de la pela más grande recibida por haberme ido con un viacrucis.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Para mi hoja de vida...

Las mujeres hacemos de todo un poco. En la víspera de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, Larry King le preguntaba a Cindy McCain (esposa del derrotado candidato John McCain) cómo era ella capaz de involucrarse en tantos proyectos juntos y, al mismo tiempo, ser madre de familia y esposa. Ella le contestó, -“muy fácil: todas las mujeres tenemos esa capacidad especial de ser ‘multi-tasking’”, continuó diciendo, - “no soy distinta de miles de mujeres en este país” (a lo que yo le agregaría – y en el mundo entero).

Pues para colmar mi hoja de vida en el portafolio de las pluri-tareas, me he involucrado tanto en el seguimiento a la aficción al baseball de mi hijo, Jean Paul, que soy co-manager de su equipo. El manager, don Pragmacio Marichal, me dice, riéndose, que nunca vio a nadie en mi familia que saliera pelotero. Le explico que existen saltos generacionales y que la fanática furibunda de la pelota era mi abuela materna, Elisa, quien me llevaba de pequeña, a los partidos de pelota y recuerdo vociferando consignas a los miembros del equipo de las Aguilas Cibaeñas, los campeones locales.

Al final me doy cuenta que entre dirigir una liga de pelota y manejar una empresa no hay gran diferencia. Mientras tanto, sigo aprendiendo sobre esta tarea enfocándome en lo que me pueda deparar el futuro. Nadie sabe si tenga que dedicarme a esta profesión en lo adelante y deba registrar este evento en mi hoja de vida dentro de poco tiempo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Musa Paradisíaca


Aunque su nombre corriente suene áspero y se piense que el mismo, cuando se ingiere sin madurar, embrutece a la gente, quisiera exponer algunas tésis – no probadas con el debido rigor científico - que reivindican al plátano.

Su versatilidad queda demostrada en las múltiples formas en que se puede preparar: Salcochado, frito, asado, en tostones, niditos, mangú (puré de plátanos verdes salcochados), bollitos de plátano, plátano al caldero, plátano amarillo frito, pastelón de plátano, etc. Se usa en la preparación de los pasteles en hoja, en el sancocho y me imagino que en toda otra variedad de platos. Se come a toda hora del día, mañana, tarde y noche. Al no ser el plátano una planta endémica de la isla, me imagino que si nuestros indios taínos se hubieran alimentado a base del mismo, hubieran podido hacer frente a los españoles.

Mi suegra, haitiana, me comentó su experiencia cuando comió el mangú por primera vez en la mañana de un día en el que regresaba a Haití por carretera (el viaje era de aproximadamente ocho horas y media), sólo me dijo, “c’est remplissant” explicándome con satisfacción de que había sido la comida que mejor la había sostenido para ese largo día. Cada vez que viene de visita le preparo su añorado mangú. Por eso, los obreros que van temprano a trabajar suelen desayunar plátano, ya que con un mísero panqueque no pudieran pasar seis horas trabajando de corrido hasta tomar su almuerzo.

No se sabido de nadie que se haya intoxicado comiendo plátanos, tampoco que haya adquirido alguna bacteria o ameba a través de la ingesta del mismo. Se ha dicho que el tanino del plátano verde embrutece, sin embargo, sí se ha demostrado científicamente que el de la uva (en el vino) es bueno para las arterias, me imagino que también lo debe ser el plátano. Por lo tanto, puedo deducir que el plátano verde es bueno para las personas que tienen problemas cardiovasculares. He visto casos de bebés intolerantes a la lactosa y a la leche de soya que en estados críticos de desnutrición han sido salvados milagrosamente a base de puro plátano licuado.

Si Michael Phelps (el medallista olímpico) hubiera vivido en República Dominicana, en lugar de comer panqueques, pizza y pasta, se tiraría su mangú de ocho plátanos con salami frito por la mañana, para suplir parte de las doce mil calorías que tiene que ingerir, ya que el plátano es energético.

Otra ventaja que tiene el plátano es que su ingesta no produce ningún efecto en cuanto a alterar los olores corporales de la persona, a diferencia del curry para los hindúes o de los platos de la comida árabe a base de cebolla, puerro u otro vegetal parecido.

Por último, aunque las musas lleguen vestidas de verde o amarillo y tenga que quitarle la cáscara para terminar de escribir, pueden buscar el resto en alguna enciclopedia donde apareceran informaciones más precisas e investigadas con los debidos métodos (escritas por estudiosos que se desayunan con “cornflakes”), explicadas de manera muy científica y bonita pero con menos reverencia.