miércoles, 21 de julio de 2010

Ayiti cheri!


Acabo de regresar de Haití. Tenía casi seis años sin visitar esa tierra que amo como mía, que me ha adoptado como si fuera una hija más, a la que siento como si yo fuera diáspora en propio territorio insular.

Tanto escuché hablar del terremoto que fui preparada para ver lo peor. No obstante, fui vulnerable al escenario de la peor tragedia que pude haber presenciado: apatía, tristeza e indiferencia. Lo que hay sobrepasa el entendimiento, pues al sólo cruzar la frontera, invade el olvido y el abandono de haber dejado atrás a una tierra moribunda.

No me basta el conocimiento para vislumbrar una solución a lo que allí pasa. Me invade la impotencia de tal forma que hasta me llegué a preguntar si Dios podrá escuchar tantos clamores al unísono. En el silencio de mi corazón escuché la respuesta a ese cuestionamiento osado: "nunca pierdas la esperanza".