lunes, 18 de octubre de 2010

Sobre la comunión y por qué me preocupa que en el día de hoy haya visto tan poca gente comulgar en la iglesia.

¡Creo que llegó la hora de hacer algo! Hoy estaba en una misa abarrotada de gente, la fila para comulgar fue corta y duró relativamente poco, considerando la cantidad de personas que se encontraban en la celebración.

Es cierto que cada día, entre los católicos, existe una especie de tibieza espiritual que nos invade. En las liturgias, la poca expresividad e irreverencia son manifiestas. Más a menudo vemos que amistades y familiares son “bautizados” en alguna congregación de hermanos separados donde se les adoctrina en contra de la verdadera iglesia fundada por Cristo. Se “convierten” y se vuelven huérfanos de madre al negarse la hiperdulía a María.

¡Si conociéramos el valor de los sacramentos! ¡Si supiéramos lo que Dios nos regala a través de un solo bautismo y que por el mismo somos sacerdotes, reyes y profetas! Si supiéramos de corazón que la comunión nos une a Cristo, que a través de ella damos gracias y alabamos al Padre. Tenemos la responsabilidad de actuar para que nos enamoremos de nuestra fe, para proclamar y anunciar el reino, para hacer que nuestros hermanos se acerquen. Porque si sólo supiéramos… si sólo supiéramos… porque ni siquiera sabemos cuánto nos ama el padre.

Juan Pablo II, en su Carta Dominicae Cenae, 3, nos dijo: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración».

¿Qué nos pasa? Si supiéramos cómo nos acercamos a El a través de la comunión, nuestro pecho estuviera ardiendo como los discípulos de Emaús cuando Jesús les explicaba las escrituras. Hoy, la fila para comulgar hubiera sido interminable, talvez nos hubiéramos apresurado a recibir a Jesús en nuestro corazón una vez más. Los sacerdotes no hubieran dado abasto, las hostias consagradas no hubieran alcanzado.

Santa Teresa de Jesús, refiriéndose a la eucaristía, decía “Si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí – si tenemos fe – y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje” (lb 34.8)

¿Qué esperamos, entonces, para anunciarle y apresurarnos a su encuentro?

martes, 12 de octubre de 2010

Viaje a la luz

Hoy elevo una plegaria por los treinta y tres hombres atrapados bajo tierra en una mina en Chile.

Hoy, contra toda predicción humana, ha ocurrido un milagro a la vista del mundo entero

Sobreponer la solidaridad, desprendimiento, esperanza, fe, colaboración ante cualquier instinto de supervivencia y egoísmo humanos o de los comportamientos más bajos que afloran ante situaciones extremas, de alto riesgo... es el milagro que refleja el origen divino del hombre en contraposición a su naturaleza terrenal.

Ellos compartieron una ínfima ración de alimento, para dos días, y lo repartieron para sobrevivir durante más de dos semanas en la oscuridad, sin ni siquiera saber si serían hallados. Se han acompañado, han rezado, se han consolado... allá a más de 600 metros bajo tierra.

Han pasado más de dos meses y hoy, a pocas horas de ser rescatados, ellos se disputan para tomar el último lugar. El lugar del que afrontará los mayores riesgos y temores en su viaje hacia la luz.

Hoy pido a la virgen que acompañe a estos hombres en su trayecto y que, aunque estén a miles de kilometros y su drama haya sido rentabilizado por el circo mediático, nos han dado el mensaje de que aunque transitemos por caminos oscuros, el Señor siempre nos guía.